Crónica de Roma ‘25

Del Coliseo al Circo Máximo 

Las cartas estaban echadas; conocía el dónde y el cuándo. Pisar Italia por primera vez era como entrar en la arena del Coliseo, listo para enfrentarse a un adversario formidable: las calles de una ciudad llena de historia y vida.

El día comenzó cargado de adrenalina y sin expectativas al llegar al Coliseo. Con cada latido, la emoción me envolvía; no podía creer que estaba a punto de desafiar a la ciudad eterna en la 30ª edición de su maratón. Era más que una carrera; era un combate épico en el que debía demostrar mi valía.

Paso a paso, calle a calle, monumento tras monumento, podía sentir cómo la ciudad rugía a nuestro paso, como un público ansioso por ver el desenlace de este duelo. La lluvia, que comenzó a caer en el kilómetro 30, era un adversario más, una prueba que debía superar. Pero, al recorrer la Villa Olímpica, me sentía como un gladiador, preparado para enfrentar cualquier desafío.

La lucha era constante y el oponente, astuto y resistente. Cuando finalmente avisté el Circo Máximo, la última prueba se erguía ante mí en forma de colina, como un último esfuerzo que debía vencer. Con cada zancada, sentía el peso de la historia a mis espaldas y la emoción del momento. Era el cierre de la carrera más hermosa y desafiante que había tenido el privilegio de correr, un verdadero enfrentamiento en esta arena de leyenda.

Toda recompensa tiene su precio, y la batalla en las calles de Roma dejó a varias trattorias sin espaguetis a la carbonara. Al final, había conquistado no solo la carrera, sino también un lugar en la historia de esta magnífica ciudad.